Estimada culpa:
Llevas ya muchos años encima de mí y creo que es hora de que hable contigo. No sé muy bien por qué sigues aquí, imagino que quieres evitar que avance, porque cada vez que intento dar un paso hacia adelante te agarras a mi pie como una ancla que me deja inmóvil; me he dado cuenta de que apareces siempre que quiero salir, que quiero seguir…
No entiendo de dónde saliste, probablemente te colocó ahí mi padre para hacerme cómplice de todo lo que ocurrió, para que recuerde, para que le recuerde, creo que es la única forma que tenía de continuar a mi lado, o mejor dicho, de lograr que yo continuara a su lado.
Pero te voy a decir una cosa, quiero que te vayas, que te esfumes, no te voy a pedir que te enganches a él, a mi padre, porque ni al mayor de los monstruos de mi vida le deseo el daño que tú me causas. Porque cuando te agarras a mí no puedo respirar, no puedo caminar, no puedo ver el mundo…
Así que, insisto, vete, no te necesito, estoy aprendiendo a enfrentarme a los recuerdos sin hundirme, sabiendo que yo no era cómplice, y menos aún culpable.
Creo que esto es todo lo que quería decirte, ya has ocupado bastante espacio en mi vida y no tengo intención de dedicarte ni un segundo más, ni una palabra más.
Adiós.
– Mujer, escrito tras asistir al GAM, Grupo de Ayuda Mutua